Era una típica tarde de Febrero, ventosa y
con nubes, no como aquella candente mañana de Febrero en la que Beatriz Viterbo
falleció según contara Jorge Luis Borges en el Aleph.
En cada Febrero en que llegaban esa clase
de días, tenia siempre ese pensamiento y ese disentimiento con que Febrero
fuera candente.
Esta vez lo pensó mientras bajaba por la
barranca de la Plaza San Martín,
aquel lugar donde el General creo su inmortal cuerpo de Granaderos, pero claro,
al bajar definitivamente la barranca, se encontraría con el innumerable arsenal
de autos que atraviesan la
Avenida del General y tenia que pensar en volver a su casa.
Cuando llego a la sucia parada, se encontró
con una imagen habitual, atestada de gente y larguísima; y ese día, quien sabe
porque, bueno, él si lo sabia, estaba mas cansado que nunca.
Se paro detrás de la larguísima fila y
espero a que viniera el micro que lo llevaría una vez mas, fumo, pensó, se
alegró, se inundó de trizteza, propia y ajena, pero por sobre todo, esperó.
Cuando vino el micro la larga fila empezó a
marchar rumbo a su entrada, él pudo subir, pero no subió, esperó, mas allá de
su cansancio inusitado; esperó porque no quería viajar parado, para poder
viajar sentado había que hacer el esfuerzo de esperar.
En el termino de cuarenta minutos, pasaron
otros dos micros y siguió esperando; veinte minutos después, vino otro, y ahí
sí!!!! podía viajar sentado, pero siguió esperando.
El cuarto micro llegó exactamente dos horas
y veinticuatro minutos después de haber pensado en esa horrible tarde de Febrero.
Cuando finalmente pudo subir, fue el primero.-