jueves, 15 de julio de 2010

Una fiesta con globos



     Doménico Leoncavallo regresó luego de comprar una cantidad de indumentaria. Iba a pasar unos días escalando una alta montaña al norte del país.
     Los días previos al viaje fueron de grandes preparativos en cuanto a la selección y clasificación del sofisticado material. También, tres veces por día se sometía a una rigurosa preparación física para soportar largas caminatas y bajas temperaturas.
     Así como estaba se acostó. Se despertó al día siguiente sin ningún sobresalto. Colectó todas las partes del complicado equipo de alpinista y las acomodó prolijamente en tres mochilas ensamblables diseñadas por él. Casi sin darse cuenta viajó en taxi hasta el aeropuerto y, luego en avión hasta Rebolo Cuajo, capital del distrito septentrional de Norte Damero, y luego en un micro especial hasta el campamento base del cerro Presidente Leonardo Ollavac.
     El campamento base era un lugar lleno de gente. Tenía dos calles en forma de cruz, bastante largas. Sobre la calle de orientación Norte – Sur estaban dispuestas en pequeñas parcelas apiñadas las carpas de los alpinistas. En la otra de orientación Este – Oeste había un hormiguero de gente comprando llamativos adminículos alpinísticos.
     Ni bien llegó, Doménico Leoncavallo se dio cuenta que gran parte de su pesado equipaje lo podría haber conseguido aquí. Entusiasmado por el movimiento, se registró en la oficina de recepciones y se incorporó a un contingente que realizaría una expedición a la cima el día siguiente. Ya era casi de noche, así que desparramó las tres mochilas ensamblables ensambladas sobre el lote número trece millones doscientos treinta y nueve mil novecientos noventa y uno. Las desensambló. De la primera sacó una pequeña garrafa de cinco kilogramos. De la segunda un pequeñísimo pliego de telas con una valvulita. Conectó la garrafa a la valvulita y abrió la perilla del gas. El pequeñísimo pliego de telas comenzó a inflarse hasta convertirse en una imponente carpa anaranjada y azul, tan grande que sus bordes sobrepasaban los límites de la parcela. Introdujo todas las cosas dentro de la carpa y con similar procedimiento infló un mullido colchón, una bolsa de dormir individual y algunos alimentos para la cena que sacó de la tercera mochila.
     Intentó dormir sin resultado. La mayoría de la gente continuaba comprando objetos de alpinismo en la calle de los negocios. Los dueños de los negocios ofrecían sus mercaderías publicitándolas por unos potentes parlantes. Todos sonaban al mismo tiempo. Durante toda la noche, Doménico Leoncavallo no pudo dormir. Ya casi al alba, los ruidos continuaban iguales, y resignado se vistió y se dirigió a la calle de los negocios para contactarse con su contingente. Sorteó a muchas gentes que le pisaban los pies y que chocaban con su pecho y su espalda. Realmente esta situación le parecía bastante incómoda. No entendía por qué la gente estaba toda amontonada en la misma calle y no se iban a escalar o a pasear por los valles o a hacer otra cosa. Finalmente dio con la gente que buscaba y luego de las presentaciones y un breve preparativo comenzaron a subir la montaña.
     El cerro Presidente Leonardo Ollavac tenía el aspecto de un triángulo. En la cima tenía nieves eternas, pero nunca se veían desde abajo porque siempre unas densas nubes cubrían de la mitad para arriba. En ocasiones estas nubes se tornaban con tonalidades anaranjadas, violáceas, azules y verdes. Este raro fenómeno meteorológico era una de las principales atracciones turísticas.
     El contingente estaba formado por cuatro personas: Paulino Patino, Raúl Reja, Alina  Escalera de Reja, esposa de Raúl Reja, y Doménico Leoncavallo.  Paulino Patino era escalador profesional y tenía un moderno equipo de alpinista traído de Europa de bolsillo y absolutamente inflable. El matrimonio Reja – Escalera  se jactaba de su doble mochila combinada: Torres–Puente. Se  utilizaba solamente en pareja y tenía pesadas planchuelas de hierro. Los Reja – Escalera decían que su equipo era muy bello.
     Al mediodía se detuvieron a comer cerca del límite de las nubes. Buscaron refugio al amparo de una gran roca roja, muy redonda. Las rocas tenían muchas tonalidades: rojas, verdes, azules, amarillas. Doménico Leoncavallo nunca había visto piedras semejantes. Estaba realmente sorprendido. Raúl Reja y Alina Escalera no paraban de cargar piedras en su mochila Torres – Puente. Se las llevaban como recuerdos y decían que eran muy bellas. Paulino Patino, muy expeditivo, sacó de su bolsillo cuatro bolillitas del tamaño de granos de mijo. Las presionó con la pinza digital y comenzaron a inflarse hasta convertirse en cuatro platos de pollo al horno con papas y cuatro latas de gaseosa. Doménico Leoncavallo no salía de su asombro. Esta comida no tenía nada que ver con el alimento inflable a garrafa, que a parte tenía gusto a chicle. Esta era realmente comida de verdad.
     Continuaron viaje. Cada vez les costaba más respirar a causa de la altura. A muy pocos metros del límite de las nubes los Reja – Escalera sufrieron un accidente: a Alina Escalera se le trabó el pie dentro de unas rocas. Su marido fue a socorrerla, pero al tratar de sacarle el pie de entre las rocas, una masa gelatinosa comenzó a brotar desde abajo y unió la mano de Raúl Reja con el pie de Alina Escalera. Doménico Leoncavallo fue a socorrerlos, pero su mano quedó adherida al codo de Alina Escalera por la misma masa gelatinosa. Entonces sacó su hacha de mano de la segunda mochila ensamblable y por consejo de Paulino Patino cortó el brazo de Alina Escalera de un hachazo. Minutos más tarde, Paulino Patino, Doménico Leoncavallo y el brazo de Alina Escalera cruzaron el límite de las nubes.
     La atmósfera cambió totalmente: más liviana. Tan liviana que las pocas personas que allí habían flotaban en el aire. La temperatura bajó a diez grados bajo cero. Flotando por el aire había también unos cartelitos que decían: “Bienvenidos a la zona de retroirreversibilidad, a las personas y a las partes de personas.” Doménico Leoncavallo miró el brazo de Alina Escalera pegado a su mano por la masa gelatinosa y comprendió que tendría que convivir con él para siempre. En ese lugar tan extraño todos los alpinistas flotaban, así que no podían escalar. Y no pasaba nada, simplemente todos flotaban.
     Al día siguiente  a uno de los alpinistas se le comenzó a inflar la cabeza hasta llegar a diez metros de diámetro y se puso anaranjada. Todos lo miraron boquiabiertos. Luego otra cabeza se infló de color azul. Otra verde, otra violeta, y así todas. El ambiente se volvió anaranjado, azul, verde y violeta. Permaneció así algún tiempo.
     Un día cuando todos sabían ya que eran grandes globos, un gran globo naranja explotó provocando un gran estallido, desparramando grandes masas de tejido encefálico y haciendo estallar también a otros globos.




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